viernes, 13 de junio de 2008

El globo negro

Un niño negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria del pueblo. El pueblo era pequeño y el vendedor había llegado pocos días atrás, por lo tanto no era una persona conocida.
En pocos días la gente se dio cuenta de que era un excelente vendedor ya que usaba una técnica muy singular que lograba captar la atención de niños y grandes. En un momento soltó un globo rojo y toda la gente, especialmente los potenciales, pequeños clientes, miraron como el globo remontaba vuelo hacia el cielo.
Luego soltó un globo azul, después uno verde, después uno amarillo, uno blanco...
Todos ellos remontaron vuelo al igual que el globo rojo...
El niño negro, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención, un globo negro que aún sostenía el vendedor en su mano.
Finalmente decidió acercarse y le preguntó al vendedor: Señor, si soltara usted el globo negro. ¿Subiría tan alto como los demás?
El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay adentro.

jueves, 12 de junio de 2008

Prosperidad

Cuentan que una persona, en camino hacia otra ciudad lejana, atravesando un paisaje inhóspito, sintió gran sed. A lo lejos, el hombre, distinguió una pequeña tienda de campaña, muy vieja, destrozada. Conforme se fué acercando vió como había más habitantes, pero viviendo en condiciones infrahumanas.
Se detuvo en la primera choza y pidió un poco de agua. Se la llevaron, estaba caliente, salada, y el recipiente sucio. El hombre la bebió como pudo, quemando la garganta por la sal, calor, y asco.
El hombre dió las gracias, y pensó que a aquellas buenas gentes les convendría saber, que había ciudades, pueblos, a los que se podían llegar. Allí encontrarían agua fresca, vasijas adecuadas, tiendas y casas para vivir, frutas, baños....
Y asi se lo hizo saber a aquellos lugareños. Aquella familia muy agradecida, lo invitó a cenar y a pasar la noche, para que descansara.
Pronto llegó el marido con unas seis ratas que había cogido en el campo para que la mujer las guisara en honor al huesped-caminante. Pusieron la mesa, y efectivamente, aquel pobre hombre con un asco indecible, comió como pudo aquel manjar nada común.
Se acostaron como pudieron, nuestro personaje detrás de una cortina, encima de una colchoneta, sin dormir toda la noche, oyó esta conversación entre los esposos: La mujer le dijo al marido
"¿Has oido lo que nuestro huésped, ha contado, esas historias de que hay otros pueblos que viven de otra manera?
El marido contestó a la mujer
"No escuches esos camelos, estos son envidiosos, como otros que ya han venido. Cuando ven a gente como nosotros que vivimos en la prosperidad, con su casa, sus alimentos... quieren apartarlo de lo suyo."

miércoles, 11 de junio de 2008

Cuento sin U

Caminaba distraídamente por el camino y de pronto lo vio. Allí estaba el imponente espejo de mano, al costado del sendero, como esperándolo. Se acercó, lo alzó, y se miró en él.
Se vio bien. No se vio tan joven, pero los años habían sido bastante bondadosos con él. Sin embargo, había algo desagradable en la imagen de si mismo. Cierta rigidez en los gestos lo conectaba con los aspectos más agrios de la propia historia: La bronca. El desprecio. La agresión. Al abandono. La soledad.
Sintió la tentación de llevárselo, pero rápidamente desechó esa idea. Ya había bastantes cosas desagradables en el planeta para cargar con otra más. Decidió irse y olvidar para siempre ese camino y ese espejo insolente.
Caminó por horas tratando de vencer la tentación de volver atrás hacia el espejo. Ese misterioso objeto lo atraía como los imanes atraen a los metales. Resistió y aceleró el paso. Tarareaba canciones infantiles para no pensar en esa imagen horrible de sí mismo.
Corriendo llegó a la casa donde había vivido desde siempre, se metió vestido en la cama y se tapó la cabeza con las sábanas. Ya no veía el exterior, ni el sendero, ni el espejo, ni la imagen de él mismo reflejada en él; pero no podía evitar la memoria de esa imagen: La del resentimiento. La del dolor. La de la soledad. La del desamor. La del miedo. La del menosprecio.
Había ciertas cosas indecibles e impensables…… Pero él sabía donde había empezado todo esto… Empezó esa tarde, hacía treinta y tantos años… el niño estaba tendido, llorando frente al lago el dolor del maltrato de los otros.
Esa tarde el niño decidió borrar para siempre, la letra del alfabeto. Esa letra. La letra necesaria para nombrar al otro si está presente. La letra imprescindible para hablarles a los demás, al dirigirles la palabra. Sin manera de nombrarlos, dejarían de ser deseados…y entonces no habría motivos para sentirlos necesarios…y sin motivo ni forma de invocarlos, se sentía, por fin, libre…
EPILOGO: Escribiendo sin “U” puedo hablar hasta el cansancio de mí, de lo mío, del yo, de si lo tengo, de si me falta, de si me parece… Hasta puedo escribir de él, de ellos y de los otros.
Pero sin U no puedo hablar de Ustedes, del tu, de lo vuestro. No puedo hablar de lo suyo, de lo tuyo, ni siquiera de lo nuestro.
Así me pasa…. A veces pierdo la U… y dejo de poder hablarte, pensarte, amarte, decirte. Sin U, yo me quedo pero tú desapareces… Y sin poder nombrarte ¿cómo podría disfrutarte? Si tú no existes, me condeno a ver lo peor de mí mismo reflejándose eternamente, en el mismo mismísimo estúpido espejo.

martes, 10 de junio de 2008

Paràbola del lápiz

El nieto preguntó a su abuelo:
- ¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasa a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí­?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:
- Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
- ¿Qué tiene de particular ese lápiz?
El abuelo le respondió:
- Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
Primera cualidad:Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos.Esta mano la llamamos Dios, y siempre te conducirá en dirección a su voluntad.
Segunda cualidad: De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.
Tercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.
Quinta cualidad: El lápiz siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción.

lunes, 9 de junio de 2008

Crecer en el corazón

Una maestra de primaria, estaba discutiendo con su grupo la pintura de una familia.

En la pintura había un niño que tenía el cabello de diferente color al resto de los miembros de la familia.

Uno de los niños del grupo sugirió que el niño de la pintura era adoptado y una niña compañera suya le dijo:

"Yo se todo acerca de las adopciones, porque yo soy adoptada".

"¿Qué significa ser adoptada?" preguntó el niño y la niña le contestó:

"Significa que uno no crece en elvientre de su mamá sino que crece en su corazón"

domingo, 8 de junio de 2008

Busco a Dios

Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo:
-'Busco a Dios'.
El reverendo le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste en busca del obispo.
-'Busco a Dios', le dijo llorando al obispo.
Monseñor le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de la diócesis y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al acabar la lectura se fue angustiado al papa a pedirle:
-'Busco a Dios'.
Su santidad se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia.
-'¿Por qué lloras?', le preguntó el papa totalmente desconcertado.
-'Busco a Dios y me dan palabras' dijo el joven apenas pudo recuperarse.
Aquella noche, el sacerdote, el obispo y el papa tuvieron un mismo sueño. Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un largo discurso sobre el agua.

sábado, 7 de junio de 2008

El tazón de madera

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.
La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación.“Tenemos que hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo. “Ya he tenido suficiente, derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo”.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: “¿Qué estás haciendo hijito?”. Con la misma dulzura el niño le contestó: “Ahh, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos”. Sonrió y siguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.